jueves, 28 de abril de 2011


En cuanto llegué del viaje tuve la urgencia de hablar con Don Manuel, aunque dejé pasar unos días para asentar mi cabeza y poner en orden las experiencias que había vivido. Finalmente, decidí hablarle aunque no tenia en claro mis interiores, pero con la certeza de que con él pudiera resolverlos. No podía esperar hasta que acordáramos una reunión. Tanto sus viajes como mis compromisos de trabajo nos lo dificultaban. Esta vez nuestra conversación tuvo que ser por teléfono, muy a mi pesar pero con el mismo gusto de siempre.
—Hola, ¿cómo estás? —Su tono era sereno y su voz y dicción muy clara como de costumbre. Siempre he pensado que esa alerta tranquilidad es producto de alguna actividad a la que le dedica tiempo y que me mata de curiosidad no saber.

—Hola Don Manuel, con mucho gusto de saludarlo. ¿Cómo está? —Me sentí un poco tonto con esa pregunta. Es una pérdida de tiempo hacer preguntas tan triviales cuando se tiene la posibilidad de hacer otras mucho más ricas para un personaje como él. Presentí que la interrogante le sorprendió, ya que me contestó con otras cuestiones igualmente triviales. Pérdida de tiempo.

Antes de llegar a esos silencios que indican que no se está platicando lo correcto, le expuse emocionado lo que tanto quería contarle.

—Don Manuel, por fin pude ver los volcanes, por fin.

— ¿De cuales volcanes me hablas?

— ¡Del Popo y el Itza!

— ¡Ah, qué bien! ¡Felicidades! —y de una persona atípica, salió una pregunta atípica—. ¿Y qué te dijeron?

Su pregunta me trajo a la memoria los volcanes vistos a través de la ventana del avión.

—El Popo es un palacio Don Manuel, y no me refiero a lo bello. El Popo se comporta como un palacio.

— ¿Te refieres a que lo viste(1) como palacio?

—Claro. Lo otro que vi es que está activo. Tiene una vinculación con el sol que no había visto en ninguna otra parte. Es algo elevadísimo, así Don Manuel, con letras mayúsculas.

—Sí, seguramente no verás otra autoridad como la del Popo.

—El Popo esta aquí pero a la vez en otra parte.

—Sí, lo que viste es que el Popo trabaja con fuerzas que no son de este mundo, por eso tiene esa cualidad. Aquí aplica muy bien al volcán el dicho que “eres lo que comes”. Son fuerzas puras en extremo, de un elevadísimo nivel.

—Exacto.

— ¿Y del Izta? ¿Viste algo?

—No, fíjese que no. El Izta es muy diferente. Es curioso, pero a pesar de su innegable singularidad, que solo el Popo le puede hacer par, todo lo que le puedo decir es que el Izta está en un “proceso”. Es bellísimo, es enorme, es blanco, pero está “en un proceso”.

—Bueno, vas a ocupar más tiempo de observación del Izta para desentrañar a mayor profundidad. Pero en parte estás en lo correcto con tu aseveración —El sentido de sus palabras me hicieron sospechar que sabía mas, pero como era la costumbre, no ayudaba hasta que tenía la certeza de se había hecho el mayor y total de los esfuerzos por comprender algo.

Claro y contundente su consejo. No hubo más, ni tampoco quise abundar en algo que había quedado claro.

— ¡Pero cuéntame más! ¿Finalmente que sucedió en Chichén Itzá?

En mi visita a Chichén Itzá la experiencia había sido distinta. Estaba renuente a pensar que había sido un fracaso el trabajo de ver. Pensé que al final de la jornada le escribiría un correo contándole maravillosos detalles de ver a la Pirámide de Kukulcán o el Observatorio. Pero lo que atiné hacer fue solo describirle aspectos estéticos, y además de forma muy breve, para darle a entender que en una plática posterior le diría todo. Pero la verdad era que quería tiempo para darle vueltas en mi cabeza la experiencia vivida y así tener tiempo para entenderla.

—Sinceramente, creo que no pude ver.

—Dime mas —me indicó con voz que denotaba un interés sincero y cortés.

—Desde que iba en el camión rumbo a Chichén Itzá noté que no había montañas ni cerros, así que desde ahí se me dificultó iniciar el ejercicio. Luego la vegetación. No era la que esperaba, y por lo mismo no pude iniciar el ejercicio que normalmente se facilita al atender con la vista a las hojas y el follaje.

—Sí, ya sé que por allá es muy diferente la vegetación a lo que has visto hasta ahora. ¿Sabes que creo sucedió? Tú solo te limitaste, te negaste a ver, y tenías una puerta justamente frente a tus ojos. La viste pero no la viste. Lástima.

— ¿A qué se refiere?

—Me refiero a lo que me escribiste recién llegaste de Chichén Itzá ¿Que no me escribiste tanto en tu correo sobre el color blanco? ¿No decías eso de que “que fortuna para un lugar donde hay tanto sol exista tanta piedra blanca? ¿No me decías que no dejabas de ver el suelo blanco? ¿Que lo mirabas y que te producía algo? Comentaste que es este suelo blanco lo que tanto le da carácter a Chichén —se quedó a la espera de una respuesta rápida.

—Sí —contestando, me sentí apenado.

—Debiste haber iniciado el ver primero con el suelo. Si tanto era la atracción que sentiste al suelo blanco, la cantera blanca que está expuesta por aquí y por allá en Chichén, por ahí debiste de haber entrado.

Sus palabras tenían lógica, por lo menos para realizar un nuevo intento. En Chichén destiné buena parte de mi atención a la cantera blanca que se asomaba por muchas partes. En momentos pareciera que me encontrara a solo metros de alguna playa de blanca arena, pero no era así. Había una similitud entre lo accidentado del relieve de la roca expuesta de los yacimientos naturales y los frisos de los edificios. Pareciera que el escultor quiso reproducir en los frisos esta accidentalidad de manera geométrica, o que la roca expuesta en el suelo eran los restos de algún trabajado friso ya derruido y desgastado por el tiempo.

Don Manuel me sintió absorto en el otro lado de la línea y se mostró respetuoso a ese silencio.

—Piénsalo. Las imágenes aun las tienes frescas. Trata de ver aunque sea solo con las imágenes en tu memoria. Eso te va a ayudar a saber si digo o no lo correcto.

—Si —atiné a decir automáticamente mientras asimilaba lo que me acababa de decir.

—Anda, luego hablamos o me escribes un correo, que aunque ya se revisarlo sabes que prefiero vernos. Si no se puede por lo menos platicamos como ahora.

—Bien Don Manuel, me dio mucho gusto saludarlo.

—Igualmente, y haz lo que te digo pronto —cortésmente, sabía que su indicación era que lo hiciera de inmediato.

—Bien, gracias y saludos.

—Saludos.

Colgué el teléfono pero me mantuve en la misma postura, reclinado con mis brazos sobre las piernas, con la vista perdida en el piso. Cerré los ojos y recordé cuando estuve en Chichén Itzá frente al edificio conocido como La Iglesia, con su suelo tan blanco que realzaba al conjunto. Y ver el suelo fue ver a Chichén y ver sus edificaciones. Y vi que el suelo estaba impregnado de toda la belleza de Chichén y que todos los edificios estaban en él. Vi que los arboles estaban amarrados, más que al sol, al suelo. Que eran los troncos, más que al follaje, lo que yo tenía que ver. Chichén estaba indisolublemente amarrado al suelo. No solo utilizó el material blanco para construirse, sino que sus arquitectos reconocieron la relación del sol con la piedra caliza y esta relación la subieron allá arriba en las pirámides. Y que de todas estas pirámides, la de Kukulcán se sentía ajena a su propio lugar, vigilante de sus alrededores, algo atemorizada del resto de los edificios que habían bebido de las mismas fuentes de la naturaleza que dan forma a todas aquellas culturas del mundo reconocidas por su sabiduría, refinamiento y elegancia.

(1) Para entender el sentido que se da al verbo ver en este escrito, favor de leer las entradas de este Blog tituladas “Mas que una pirámide” y “Aprendiendo a mirar”.

Chichén Itzá

sábado, 31 de julio de 2010

Hola Don Manuel, que tal.
Espero que al recibir esta carta se encuentre bien de salud, deseando que resuelva pronto los asuntos de su familia y trabajo que seguramente lo han mantenido muy ocupado.
Con todo y el calor que implica, por fin pude trasladarme a la zona desértica que me indicó. Lo bueno es que está a unos minutos del pueblo lo que me facilita el traslado diario. Todo ha resultado en una experiencia de los más interesante, la cual le paso a relatar enseguida.
El primer día llegué temprano de mañana, buscando un lugar de sombra para soportar el clima. Fácilmente encontré la sombra de un frondoso “palo verde” desde donde tuve una excelente vista del infinito y plano suelo árido. Antes de empezar, y con el fin de comparar, recordé la experiencia de hace unas semanas de “ver” con la luz del sol todo aquel paisaje tan frondoso, verde y opuesto al que ahora tenía enfrente. En aquel entonces era fácil empezar pues había infinidad de arboles de donde “agarrarse” y empezar el ejercicio, ¿pero aquí por dónde empezar?
Pasados ya varios días de estar aquí, en verdad le quiero agradecer la magnífica sugerencia de venir a “ver” este amplio valle desértico porque ¿de qué otra manera me hubiera dado cuenta de la existencia del vacío como lo hago ahora? Que diferente es este lugar con respecto al que estuvimos semanas atrás, y usted sabe que no me refiero a lo árido contra lo exuberante. Puedo decir ahora que el vacio es algo palpable, es algo que está presente, tiene existencia, que el vacio no solo existe como el resultado de ausencia, sino que el vacio a la vez influye a los elementos que lo delimitan, tiene méritos propios, y que estos elementos delimitadores lo reconocen. Llevo aquí ya mucho tiempo sentado en este último día, y le puedo decir que estoy viendo el vacio con el mismo asombro como cuando veo un amplio mar. Contrariamente a aquel verde lugar, aquí la luz del sol habla un lenguaje con un abecedario excesivamente reducido, y por eso mismo de una manera más clara, elegante y contundente, sin caberme la menor duda que el vacio está compuesto también por fuerzas que no son de esta tierra pero armonizan naturalmente con la misma. Ahora estoy esperando la primera oportunidad que se presente para viajar al sur para estudiar los vacios que forman las plazas prehispánicas que me sugirió y que de alguna manera ya había empezado a ver en los vestigios que visité en Cholula.
Pues esto es, pocas palabras pero creo que con mucha sustancia, de lo que vi por acá en el desierto, espero que con esto conteste a su petición de tenerlo informado. Aparte, aprovecho para decirle que ya tengo una idea mas acabada sobre lo que platicamos de astronomía y arquitectura. Espero verlo pronto para hablarle de esto, o si se tarda en regresar le vuelvo a escribir con un resumen. Se cuida y reciba saludos.

Carta a Don Manuel sobre el vacío

miércoles, 28 de julio de 2010

—Te voy a platicar de la tercera manera, pero ya no es de hacer una historia. Igual es de observar con atención, pero lo que sigue es más sutil.
—Antes de que continúe, le comento que con respecto a las técnicas que me ha platicado, aparte de ayudar a compenetrar con el paisaje observado, descubrí que pueden ayudar inclusive a sugerir arquitecturas si se aplican con ingenio.
— ¿Cómo es eso?
—La historia, mito o leyenda que se arma con elementos inspirados del paisaje se pueden representar físicamente en lo que se construye. Como en el primer ejemplo en donde teníamos a una madre amorosa en la historia, ¿Cómo la puedo hacer presente en el espacio? No se trata de hacer la torpeza de construir una casa en forma de mujer literalmente, sino que, a través de sus espacios, hacer palpables las características de una señora que ama a sus hijos…y de aquí ya depende la fuerza del intento por realizarlo. El resultado puede ser cualquier cosa que evoque lo maternal, tanto en sus aspectos emotivos como físicos: una gran chimenea puede representar el calor del cariño, los sonidos de un móvil o de una caída de agua el canto que hace para dormirnos plácidamente, verdes y largas enredaderas sus cabellos, lugares con almohadas su suave regazo. ¿Me explico?
Asintió con la cabeza, escuchando atento.
— ¿Cuándo se iba a pensar que un árbol sugeriría los espacios que le acabo de mencionar? Pero llegamos a estos a través de la analogía de una madre amorosa. El ejemplo es de una casa, pero igual se puede hacer para cualquier cosa que se quiera edificar.
Después de unos instantes de silencio, puso su mano abierta sobre mi espalda. —Bueno, en esto último finalmente está involucrado nuestra interpretación personal, por lo que es el resultado final varía según quien lo aplique—. Luego prosiguió:
—La tercera y última manera es similar a las anteriores. Observas en silencio y te muestras atento, desmenuzando y descubriendo todos los elementos del paisaje, pero esta vez no vas a hacer una historia. Esta vez, vas a tratar de descubrir la naturaleza de una persona.
— ¿Entender al sitio como un personaje?
—Claro, y esto es mucho más sutil. Para explicarme mejor vamos a empezar al revés. ¿Físicamente como representarías la alegría? ¿Con que colores, con que formas? Igualmente ¿Cómo lo harías con la tristeza, la hipocresía, el valor, la consideración, el empeño, la constancia, el miedo y cualquier otra característica de la condición humana?
—Creo que ya se para donde va.
—Entonces entenderás esto: la forma en que están caídas las hojas de aquella planta, la forma prominente de ese cerro—apuntó a lo lejos a uno de forma corpulenta—, o el color de ese pasto, tomando en cuenta todo lo que puedas percibir de ellos: ¿Qué atributos humanos les asignarías? Y ya observado todo, ¿Qué persona resulta ser?
— ¿De qué me sirve descubrir esto?
—De nuevo te digo: no es tan importante el resultado final como lo es el proceso a través del cual lo descubres. La atención que apliques al sitio sustituye la atención que tienes sobre incertidumbres y dudas con que lo asocias al principio, y trabajas tanto de esta manera sobre el mismo que ya después no lo sientes ajeno.

Una cuidadosa lectura del espacio (3ra y última parte)

lunes, 26 de julio de 2010


—La segunda forma de hacer esto es similar a la primera, pero en esta la sucesión en que se dan los eventos cobra mayor relevancia. En la primera técnica tú hilaste de manera libre una serie de elementos, les asignaste un significado y les diste cierta coherencia con una historia. Esta vez, la sucesión en que vas descubriendo los elementos del paisaje, a través de una caminata, se debe de respetar para que te den la secuencia de eventos. Para esto, está implícita la actividad de caminar por el paisaje y estar alerta a lo que se te presenta mientras lo recorres.

—Esto es similar a cierta ejercicio de nemotecnia en donde uno trata de memorizar todo lo existente entre el punto A y B de un recorrido que nos sea familiar y cotidiano, para posteriormente asociar a cada elemento ya aprendido alguna idea o concepto nuevo que se quiera memorizar. Sabiendo ya de antemano cual es la secuencia de elementos entre A y B, por semejanza también nos acordaremos de las cosas asociadas a ellos, incluyendo el orden en que se dan.

—La intención en este caso no es utilizarlo como una herramienta para memorizar. Es para entender como está compuesto el paisaje que caminas y, más importante aún, estrechar un vínculo íntimo con el mismo como la técnica anterior, desentrañando significados y relacionarlos a través de la elaboración de una historia.

—Si hay un camino trazado en el paisaje, es más fácil hacer la historia, de alguna manera tus pasos son dirigidos.

—Quizá quien trazó el camino que tú dices lo hizo con toda la intención de que experimentes ciertos elementos particulares: rozar un árbol, enmarcar alguna vista o ponerte de frente a una roca.

— ¿Qué pasa cuando no hay camino?

—Recorres el paisaje atento. Te das cuenta que un giro en el caminar implica un cambio en la historia, y al no haber camino, si sacas historia hasta de los más mínimos detalles, descubrirás que la misma historia ya no se vuelve a repetir.

—Un número infinito de historias posibles.

—Sí, pero ¿sabes?, llegarías a tener un grado de familiaridad tan inmenso con el sitio que no te lo puedes imaginar. Le dedicas tanto esfuerzo a él que le dejas algo de ti, y al verte reflejado en la naturaleza es una retribución maravillosa.

Una cuidadosa lectura del espacio (2da parte)

domingo, 25 de julio de 2010

—Aquí hay mucho de qué hablar—y señaló con su mano extendida al paisaje natural que teníamos enfrente.
—Claro, toda esta gran superficie es muy vasta, enmarcada por los cerros y…
—No, no. La forma en que me vas a decir sobre lo que vemos no van a ser con tus palabras de este momento. Me lo vas a decir a través del producto del esfuerzo que hagas en concentrarte en él. De ahí sí pueden salir cosas de valor. Las mejores cosas se expresan de otro modo. Aunque igual y se usen palabras al final, estas vienen con otro sentido, otra intención. Son tan diferentes que cuando alguien las escucha no sabe exactamente a que se refieren o cual fue su origen, pero siente que se dice algo de profundidad.
—Como una poesía o una leyenda.
—Algo así, algo así.

Como muchas de las ocasiones, estábamos los dos solos. Estaba pasando por una etapa en que me era dificil iniciar un proyecto arquitectónico encomendado. Habia visitado el lugar con anterioridad pero a pesar de su bella naturalidad no encontraba el punto de arranque el cual pudiera motivarme a empezar a diseñar.—Te voy a ayudar —me habia dicho temprano en la mañana—, voy a platicarte de unas maneras que pueden sacarte de esto. Te digo como, pero depende de ti como lo aplicas.

Luego de un rato de caminar, llegamos al lugar.
—Hay tres maneras en que puedes hacer esto —prosiguió—, y toma en cuenta que el valor de cualquiera de ellos es la intención que aplicas, no el resultado final.
Ya me había platicado antes sobre la forma de compenetrarnos con los espacios naturales, de leerlos con intención, pero no habia detallado la forma de hacerlo.
—La primera manera es inventar una historia con los elementos que componen lo observado. Primero, has un inventario mental de lo que puedas percibir: arboles, cerros, nubes. Realiza un verdadero esfuerzo de desentrañar el último de los detalles: texturas, colores, olores, sonidos, formas, todo. Que no se te escape nada. Segundo, y con toda la libertad de tu imaginación, asigna un atributo que represente a cada cosa observada. Lo asignado debe de representar su esencia, que la evoque. Obsérvala con toda tu atención y deja que te sugiera algo —hizo énfasis con sus manos—. Ya por último, debes de relacionar todos los atributos que descubriste y asignaste en la forma de una historia o mito.
—Hay muchas posibilidades así de hacer una historia.
—Exacto, pero no te preocupes tanto por la historia sino el asignar el atributo más acertado de cada cosa que observas. Es en ese ejercicio de intensa concentración y de develar que sugiere cada objeto en donde tienes que empeñarte —y prosiguió con un ejemplo—. ¿Ves aquel cerro? A él le voy a dar un atributo de un gigante, ¿el árbol de allá? Tiene una copa muy amplia y frondosa, protectora del sol, voy a pensar que es una madre muy cuidadosa de quien se acerque a ella, ¿el polvo suelto y amarillo bajo nuestros pies? Puede ser harina, ¿las nubes bajas? Seres que están destinados a volar eternamente, que por más que quieran bajar, no pueden. Todos estos atributos no los pensé al azar, sino que primero los observo en silencio y dejo que se forme una impresión de algo que se le parezca.
Al tiempo que explicaba trataba de hacer sus indicaciones buscando en el paisaje, analizándolo, descubriendo sus componentes.
—Ya con todo esto, ¿Qué historia se te ocurre hacer con una madre muy amorosa, un gigante, harina y seres voladores? —Al preguntarme sentí un entusiasmo. Dejó pasar un corto silencio—, y no inventes por inventar, ni mucho menos lo hagas en otro lugar. Cuando creas tener los elementos para hacer una historia, míralos representados en el paisaje en el cual te inspiraste para llegar a ellos. Ubica donde está el árbol, la tierra, el cerro, las nubes. Trata de ver relaciones, disposiciones espaciales, su peso en el paisaje, y que eso te de un primer atisbo a lo que puede ser tu historia —se quedó observándome, quizá tratando de ver si entendía, o esperando alguna pregunta. Prosiguió—. Es normal que quieras enriquecer la historia, y es cuando haces la segunda ronda de observación, aplicándote aun mas en el paisaje, queriendo descubrir cosas que no viste la primera vez. Son en estas consecutivas rondas de concentración donde vas entrando a terreno desconocido. Más adelante quizá también le des un atributo a lo que descubras ahí pero ¿ya que importa hablar de eso si ya lo sentiste?

Una cuidadosa lectura del espacio (1ra parte)

viernes, 16 de julio de 2010



—Hoy es buen día, mira que soleado está, todo muy bonito.


Estábamos en la parte alta de un cerro observando otros muy cercanos, verdes, muy iluminados por el sol. El efecto era aun mayor porque en el horizonte aun había nubes gordas y grises. Los brillantes cerros, recortados contra aquel fondo gris oscuro, los hacía sobresalir más. Observé el paisaje en un largo silencio, tratando de absorber todavía un “no sé qué” y del cual él hablaría ese día. Aguardé impaciente.


—¿has podido ver?—preguntó—,recuerda todo lo que platicamos la ultima vez, ¿te acuerdas? todo está amarrado, es una sola pieza.


En ese momento se quedo fijamente mirándome, como tratando de dar a entender con la mirada que era algo muy importante lo que había dicho. A pesar de que era penetrante, su mirada era fácil de ver. Su mirada siempre complementaba sus palabras.


Fue cuando supe perfectamente porque habíamos subido hasta tener una vista amplia y espectacular. Me llevó ahí para practicar un ejercicio que apenas entendía. Lo que había dicho días atrás era sobre como la luz del sol la podemos aprovechar como una especie de ventana a través de la cual podemos ver una cotidianidad que normalmente no percibimos. Esto implicaba estar consiente de como el sol ilumina todo lo que nos rodea, percibir las sensaciones resultantes y engancharte a estas con nuestra atención. Una vez hecho esto, lo que restaba eran largos procesos de observación, que al mismo tiempo eran procesos de aprendizaje.


El proceso era aparentemente sencillo: observar como el entorno exterior era iluminado por la luz del sol. Si en un principio era difícil, la percepción se facilitaba si se observaban objetos lejanos y bien iluminados. Por algún motivo la distancia agregaba atributos adicionales a lo observado que hacía más fácil el ejercicio. Si al contrario, lo observado estuviera muy cercano, digamos unas decenas de metros o menos, su sugerencia era siempre la misma:


—Agárrate de los arboles. Igual también puede ser una planta, pero de preferencia un árbol, entre mas hojas mejor. Si la forma en que interactúa con la luz es música, escucharías un concierto a todo volumen.


Al decir “agárrate” significaba igualmente observar, pero usaba esta palabra en el sentido de que una vez empezando a observar un árbol, era fácil “no dejar ir” la experiencia. Y era verdad. Hasta este momento en que he realizado el ejercicio, no hay relación más estrecha que he percibido que la vegetación con el sol. Aunque intelectualmente es perfectamente entendible que no hay vegetación si no hay luz, no he entendido esto de manera tan directa como lo es cuando se observa como la luz de sol y las hojas se entrelazan. Si la vegetación estaba cerca, miraba como la disposición de las hojas obedecía a algún mandato de la luz, si la vegetación era lejana, miraba más allá del árbol y el sol para percibir una actividad en todo el entorno. Percibir esto me hizo preguntar si otras personas ya hubieran descubierto esta forma de ver y se hubieran apoyada en ella para estimular su inteligencia la cual finalmente hubiera llegado a importantes descubrimientos científicos.


Quizá porque no me concentraba, volvió a hablar.


—Mira hacia donde puedas abarcar mas, entre mas abarques del paisaje lejano de un solo vistazo mas fuerte vas a percibir. Cuando lo logres, ve todo como una sola pieza, todo amarrado. Que no te distraiga de esto el pensar que el sol está lejísimos y que el cielo azul y las nubes son inalcanzables. Ve todo al mismo tiempo, y si no puedes porque el sol esté detrás y el paisaje enfrente, debes de estar consciente sobre la ubicación de la cosas. Recuerda que lo más importante es que al mismo tiempo que observas el paisaje, puedas ver en el conjunto la ubicación del sol. No veas los cerros, luego el suelo, luego los cerros, y enseguida las nubes. Ve todo en un solo conjunto, como si estuvieras viendo una gran maqueta, en la cual al mismo tiempo estas adentro pero igual la puedes ver completa.


Después de estar por un tiempo sentado a su lado, observando y asimilando, procedí a hablar.


—Cada vez que veo, lo que siento es…


—No, no, no—me interrumpió amablemente pero con urgencia—no lo digas.


Le dio tal importancia a sus palabras que callé esperando una explicación.


—Presta mucha atención a lo que adentro sientes por consecuencia del ejercicio, y así quédate, escúchalo. Has eso primero, luego si quieres habla.


Atendiendo a sus palabras, sentí que esa observación no era tan importante como la experiencia que acababa de pasar, y eso cerró todo deseo, por lo menos en ese momento, de querer hablar de ella. Casi inmediatamente, toda posibilidad de querer hablar se disipó sin rastro, y tan contundente fue que me pregunté si alguna vez tuviera importancia hacerlo. Mejor quedé callado.

Aprendiendo a mirar.


El cielo estaba nublado y mi nariz llena de la humedad y el olor del paisaje. A lo lejos, los cerros tan diferentes a los existentes más al norte. Iguales pero diferentes. Iguales en que a simple vista pueden ser observados como accidentes topográficos, producto de dinámicas de la tierra, pero diferentes al verlos con la luz del sol. Ese era nuestro tema de conversación en ese día nublado, mientras caminábamos hacia la pirámide de Teopanzolco.

—¿Cómo ves aquellos cerros?—me preguntó. Sabía perfectamente que para él no eran cerros—.Trata de ver con la luz que hay, aunque no sea la del sol.

Ya llevaba tiempo practicando “ver” con la luz del sol, una forma totalmente diferente de observar el entorno. Empecé viendo como las superficies de cualquier cosa, como las paredes de los edificios, reflejaban la luz, siempre viendo la luz rebotada en el aire. —Ve la luz rebotada, concéntrate, en el aire hay luz, ve la luz que reflejan los objetos. Ve la superficie como se ilumina con la luz del sol, y trata de ver la manera en que ese objeto tiene la manera de rebotar la luz, entiende como cada objeto la rebota a su manera—. Hacia énfasis en el entender, tanto en la intención de hacerlo como en lo que resultaba del mismo.—Ya que estas viendo la luz, ¿Cómo percibes al objeto que la está rebotando?—, me preguntaba, y sentía la respuesta.

Voltee la mirada hacia los cerros, y “vi” que habían cumplido una función en el pasado, que seguían alertas, pero ahora estaban algo desgastados por el tiempo, reposados por haber protagonizado un deber. También, al verlos en su conjunto iluminados por la misma luz, percibí que su acomodo en el valle ocurría por algo mas allá que por accidente. Me pregunté cual sería su futuro, los volví a ver con la luz circundante, pero esta vez no obtuve respuesta. —Seguramente ya habrás visto, que sin la luz del sol predominan en los cerros meramente la fuerza de la tierra. Mientras no incida sobre ellos esa luz, la fuerza de la tierra se apodera del cerro poco a poco, y se manifiesta en su humedad, en la vegetación, en todo-.

—Vas a ver como reconoce la luz esta estructura—.Habíamos llegado por fin a la pirámide. Nunca había escuchado decirle que un edificio reconociera a la luz del sol, dándome a entender que el edificio que teníamos enfrente había sido hecho especialmente para eso.

Velo bien, ¿Qué ves?—.Ahora, al recordar cuando lo vi con el cielo nublado y con la luz del sol sobre el mismo después, la estructura en la primera condición se percibía apagada. Claro, existía con toda su monumentalidad, pero apagada. Esto no lo percibí hasta que el cielo se despejó y el juego de luz y sombra se presentaron en el lugar. Inmediatamente, la luz me hizo ver los planos inclinados, ¿Qué mejor manera de reflejar la luz del sol que con planos inclinados? Inmediatamente recordé muros verticales de tantos edificios con los cuales vi la luz reflejada, y al contrastarlos con el que tenía enfrente, por primera vez vi un edificio que reflejaba la luz como nunca, y es que el plano inclinado no solo reflejaba la luz que emitia el sol, sino que también lo estaba mirando.

—No te dejes ir solo por la palabra “pirámide”. Te puede limitar tu percepción de lo que estás observando. Claro, si simplificas la forma, es una pirámide, pero como claramente puedes ver, tiene mucho más que cuatro lados inclinados—.Tal como lo dijo, era un juego de escalinatas, muros y tableros que conformaban volumetrías con las cuales se formaban diversas líneas inclinadas de luz-sombra y que en ese momento quise ver su relación con los planos inclinados, pero no pude.

Y así, como se despejó el cielo por unos momentos, así de nuevo se nubló, la estructura de nuevo se opacó, y el sol no se volvió a asomar.

Mas que una pirámide.